Para esta técnica, de meditación, nos serviremos del hermoso cielo azul. Para lo cual empezaremos mirándolo, más allá de las nubes. Sólo mirando, no pensando. No hay que decir: ¡Qué bonito!; ni apreciar el color, ya que si empezamos a pensar, paramos el proceso meditativo. Si empezamos a crear palabras, se convertirán en barreras. No se tendría que decir, ni «cielo azul», sin verbalizar nada.
Tendría que haber solo una mirada del cielo. Si pasa un pájaro o un avión hay que evitar focalizar la mirada en el objeto en cuestón, ya que la mente empezará analizar y etiquetar. El mirar tendría que ser profundo e ilimitado, con los ojos entreabiertos y un poquito desenfocados.
Esto es así, porque el cielo no es un objeto, porque un objeto empieza y termina. Lo podemos bordear con los ojos, pero el cielo no podemos bordearlo, definir sus límites y ese mirar sigue y sigue y nunca acaba. De pronto como no hay un objeto, sino solo un vacío, tomaremos conciencia de nosotros mismos, ya que con el vacío los sentidos se vuelven inútiles, los sentidos solo son útiles con un objeto.
Si estamos mirando un árbol, estamos mirando algo, el árbol está ahí. Sin embargo el cielo no está ahí. Esto quiere decir, que el cielo significa espacio. El espacio donde existen todos los objetos, pero éste no es un objeto en sí mismo.
¿Qué sucede?. En el vacío (cielo) no hay objetos que puedan ser captados por los sentidos y de pronto sentiremos que todo ha desaparecido y por tanto, podemos tomar conciencia de nosotros mismos. Mirando al vacío, nos volvemos vacío. Esto tiene su explicación en que los ojos son espejos que reflejan lo que hay ante ellos. Pensemos como, si una persona triste entra en nuestra habitación, sentiremos que nosotros también nos ponemos tristes. ¿Qué ha sucedido?.Qué hemos mirado la tristeza. Somos como un espejo: la tristeza entra en nosotros. Miramos un objeto hermoso: se refleja en nosotros. Miramos un objeto feo: se refleja en nosotros. Todo lo que vemos nos penetra profundamente y se vuelve parte de nuestra conciencia. De hecho, cuando ampliamos ésta, nos damos cuenta que estamos constantemente relacionándonos con todo y con todos, por eso de la importancia de estar «centrados» en nosotros mismos ( hay quien lo malinterpreta y piensa que es un acto egoísta). Este es nuestro «ancla» para no naufragar en el océano de los estímulos externos.
Por eso cuando estamos mirando el vacío, no hay nada que se refleje, solo el cielo azul infinito. Si se refleja, si sentimos el infinito cielo azul dentro de nosotros, encontraremos la serenidad.
Como el vacío se refleja dentro de nosotros, se vuelve ausencia de deseos y el deseo sabemos que nos crea tensión, ya que cuando deseamos, nos preocupamos. Miramos a una mujer/hombre guapo/a: la deseamos. Miramos una casa bonita: la deseamos. Miramos un coche último modelo: lo deseamos, queremos que sea nuestro. Cuando entran los deseos, entra la mente y las preocupaciones. Empezamos a pensar en como conseguirlo/a, que hacer para poseerlo/a. La mente se frustra o se llena de esperanza y empiezan los planes, las proyecciones, los sueños. Nos sumergimos en la tempestad y creamos un profundo desequilibrio interior; es decir perdemos nuestro «centro» y entramos en un espacio de tiempo psicológico del futuro, con lo que perdemos el «ahora», nuestro presente inmediato, que es lo único real.
Pero cuando entramos en el vacío. ¿Cómo va a poder funcionar la mente?. De repente desaparece, se detiene. La mente nos es útil, solo cuando la manejamos nosotros a ella, para los asuntos cotidianos: concertar una reunión, planificar un viaje, leer, estudiar. Pero no al revés, es decir que la mente nos maneje a nosotros, Cuando se detiene el «parloteo» mental incesante e inconsciente que casi nadie reconoce en sí mismo y nos llena de preocupaciones, tensiones, pensamientos relevantes, irrelevantes, surge la serenidad, nos volvemos silenciosos, serenos, llenos de Paz. Nos hemos vuelto el cielo.